EL AMOR PRIMIGENIO Y SUS
ENSOÑACIONES INFANTILES ERÓTICAS,MANIFIESTAS EN LA LITERATURAEnsayo públicado en la antología de ensayos:
"Amor, me asusta pero me gusta"
de la Cofradía de los ImbécilesCuando alcanzamos la edad de la razón, perdemos el derecho a imaginar el mundo, se nos enseña a ser objetivos, llamarle a las cosas por su nombre: perro, casa, muerte, espada. Nos atiborran de sociabilidad, buenas maneras e ideales concretos para alcanzar la felicidad, conformada por la triada: salud, dinero y amor. “Pero el amor, esa palabra…” , puta palabra, perra negra que muerde mis pulgares mientras pretendo atrincherarla en términos concretos. Al margen de la objetividad y la razón, este ensayo propone una regresión a la infancia, etapa de la vida donde todo tiene un significado imaginado, lleno de magia: el fuego, el viento, la lluvia, el amor.
Como adultos olvidamos nuestras ensoñaciones de infancia, momentos de soledad en los cuales éramos uno con el universo, en un acto egoísta de evasión y , al mismo tiempo, de acercamiento con la naturaleza primigenia (inicial para cada uno de nosotros, sin importar la historia o las concepciones previas) de las cosas. Este descubrimiento, lleno de imaginación, va generalmente acompañado de una extraña fascinación, que después nos es permisible sólo si descartamos los prejuicios de la razón y nos asumimos realmente como imbéciles.
Como base de esta propuesta esta el libro de Bahcellard, Poética de la Ensoñación, en el capítulo cuatro La Ensoñación Infantil; al cual se puede acudir si se desea profundizar en las ensoñaciones. “Tendremos que despertar en nosotros, mediante la lectura de los poetas, gracias a veces, a una única imagen poética, un estado de nueva infancia, de una infancia que va más lejos que los recuerdos de nuestra infancia, como si el poeta nos hiciera continuar, terminar una infancia que no se realizó totalmente, que sin embargo era nuestra y que, sin duda, en muchos casos, hemos soñado a menudo”
Existen muchas referencias literarias en las cuales se entrevé este despojamiento del mundo de las ensoñaciones infantiles y su posible reivindicación por medio de la creación artística. “Fui todo poderoso en mi presente. El futuro (cosa de los Grandes) me era ajeno. Mi ayer carecía de toda sustancia corrompida, en él no había ni pizca de tiempo muerto. Mi ayer era inexistencia terrenal, puro efluvio cósmico. ¡Qué quiere: uno era Dios. Pero poco a poco me iban tironeando hacia el mundo plano, euclidiano, municipal. La Maestra, la vieja Señorita; las razones del padre; al atroz y disparatado contagio de sensatez. […] De modo que esta altura con patas que es el dragón, pero que invertido es el avión, navío o fortín; pasaba a prosaisarse en “mesa”. Sólo mesa. Todo poeta es un vengador que venga estos atropellos de la sinrazón prepotente”
Los poetas (el término poesía y sus derivaciones es utilizado en este texto para hacer referencia a toda la literatura) son quienes mejor suelen recrear estas ensoñaciones, mediante sus imágenes literarias. Por lo cual, para realizar esta regresión subjetiva e intuitiva usare como base textos de dos escritores mexicanos contemporáneos: José Emilio Pacheco y Efrén Hernández. La elección no es caprichosa, responde a la desenvoltura con la cual ambos autores abordan el tema que incumbe a este ensayo: la primera ensoñación del amor, vinculada inevitablemente con el despertar erótico. Se abordan dos novelas, respectivamente: Batallas en el desierto y La paloma el sótano y la torre.
“En la vida de un lector de ensoñaciones que el escritor ha vuelto tan hermosas sucede que las ensoñaciones del escritor se transforman en las ensoñaciones vividas por el lector. Leyendo infancias, la mía se enriquece.” Los recuerdos son un conjunto superpuesto de hipótesis, muchas ficticias, sobre nuestro pasado; las cuales es posible enriquecer con la literatura.
En Batallas en el desierto Carlos, de diez años, se enamora de Mariana, madre de un amigo suyo. “Mariana cruzó las piernas. Por un segundo el kimono se entreabrió levemente. Las rodillas, los muslos, los senos, el vientre plano, el misterioso sexo escondido” La sexualidad es un misterio cuando niños, sobre todo en una sociedad donde por bochorno, los temas referentes al erotismo son tabú. Por eso, Carlos imagina o intenta darle sentido al despertar de su libido. “¿Cuándo, me pregunté, había tenido por vez primera conciencia del deseo? Tal vez un año antes, en el cine Chapultepec, frente a los hombros desnudos de Jennifer Jones en Duelo al sol. O más bien al ver las piernas de Antonia cuando se subía las faldas para trapear el suelo… ” Unas pantorrillas, un hombro semidesnudo, un roce de manos; son estímulos suficientes, en esta etapa de nuestra vida, para provocar las más dulces fantasías.
Carlos esta enamorado, pero es incomprendido por los adultos; es calificado, por entrometerse en cosas propias sólo para “grandes”, como loco, monstruo, depravado. “De modo, pensé, que si eres niño no tienes derecho a que te gusten las mujeres” . El niño se oculta, ante la descalificación, en su soledad, en sus ensoñaciones. “Pero a mi edad nadie puede buscar a ninguna niña. Lo único que puede es enamorarse en secreto, en silencio, como yo de Mariana. Enamorarse sabiendo que todo está perdido y no hay ninguna esperanza. ”
La moral católica, con su razón espiritual, también se contrapone con el ideal de amor que sueña Carlos, lo señala como culpable de un terrible pecado. Pacheco muestra hábilmente la paradoja de un regaño que se convierte en “malos” consejos.
“En voz baja y un poco acezante el padre Ferrán me preguntó detalles: ¿Estaba desnuda? ¿Había un hombre en la casa? ¿Crees que antes de abrirte la puerta cometió un acto sucio? Y luego: ¿Has tenido malos tactos? ¿Has provocado derrame? No sé que es eso padre. Me dio una explicación muy amplia. Luego se arrepintió, cayó en cuenta de que hablaba con un niño incapaz de producir todavía la materia prima para el derrame y me echó un discurso que no entendí: Por obra del pecado original, el demonio es el príncipe de este mundo y nos tiende trampas, nos presenta ocasiones para desviarnos del amor a Dios y obligarnos a pecar […] Aquella tarde el argumento del padre Ferrán me impresionó menos que su involuntaria guía práctica para la masturbación. ”
Efectivamente Carlos no puede masturbarse, pero eso no significa que no pueda experimentar a su manera una sensación semejante al orgasmo. Basta recordar una pantorrilla, una mirada, el leve roce de unas manos; para estimular su imaginación infantil. Las ensoñaciones amorosas de un niño, libres de los prejuicio generados por cine, televisión y revistas; no necesitan de unos pechos grandes, una cintura escultural, unos labios carnosos o unas piernas torneadas.
Efrén Hernández narra en La paloma el sótano y la torre, a historia de Catito, otro niño que también se enamora de una mujer mayor, su prima Lina. “Y de las travesuras de la niñez, pasé muy precozmente a las bellaquerías de la adolescencia. Mucho antes de lo que era justo, poseí las malicias de la sexualidad. Averigüé qué cosa es mosco y mosca, consulté en los diccionarios […] me asomé por las puertas de los dormitorios de las sirvientas jóvenes, observé los ayuntamientos de los canes, fantaseé en las horas en que por las noches se lamentan los gatos, recorrí los arroyos en frustrada y sigilosa búsqueda de bañadoras rústicas ”
A diferencia de Carolos, Catito se entrega de manera libre a sus ensoñaciones eróticas; no sufre de la censura, pues su amor es secreto y nunca será descubierto. “Repegadito a ella, ¡Señor!, repegadito a ella, quizá ya casi sin maldad, hecho un ovillo amante, una apretura de contemplación inofensiva y tierna, el cuerpo mío pacificado e inmóvil, y recibiendo el éxtasis, al acto, como temperaturas santas, los efluvios de la tersura sin frío y sin dureza de su florida piel, la suavidad de rosa procedente de sus tejidos hondos, la impresión de sus formas y el enlace de sus miembros colocados en amorosa paz sobre los míos, y bajo la dirección delicadísima de su corazón en flor, sin inclemencias.” La ensoñación presentada por Hernández es hermosa: la sutileza del lenguaje, las imágenes evocadas, la fuerza del deseo manifiesta en una proclama cuasi religiosa (¡Señor!). Despierta en nosotros, lectores de ensoñaciones, un recuerdo imaginado, de esa sensación de plenitud y arrobo erótico primigenio.
Las reflexiones de Catito frente a la posibilidad de perpetuar un “acto amoroso” a hurtadillas, por la noche, mientras la tía Lina duerme muestran una perspectiva de como el niño percibe la sexualidad femenina. “También en discusiones, no había faltado quien me convenciera de que mi idea de que las mujeres son menos continentes que los hombres, era una inocentada. Lo efectivo era que todas las mujeres, sin excepción ninguna, aún las que más parecen simular lo contrario, en el fondo sentían una necesidad de hombre, por lo menos tan intensa, como la que nosotros, los hombres, sentimos de mujer. Pero una cosa son pláticas y otra cosa son hechos. Claro es, me decía yo, que fueran cuales fueran las circunstancias, y modos y maneras con que una mujer se llegara a hurto en la noche a buscarme a mi lecho, yo nunca la rechazaría. Y pues ellas padecen anhelos recíprocos a los del hombre, tampoco ellas lo rechazarían a uno.”
Las disertaciones de Catito están llenas de ingenuidad y de asombro, características propias del amor en una ensoñación infantil. Él llega a hurtadillas a la cama de la tía Lina y pretende acostarse con ella, ser aceptado en su lecho como si nada. Por un error de cálculo Catito coge con su mano “aquello a que se llega tan sólo hasta lo último”, es decir los senos de tía Lina. Escapa sin ser descubierto, pero el tacto fútil lo deja marcado en sus ensoñaciones amorosas.
Las ensoñaciones infantiles respecto al enamoramiento y el despertar erótico expuestas en estas dos novelas, ayudan a recrear nuestro primer acercamiento al fenómeno del amor; lleno de asombro, de magia, de especulaciones proclives a ser desechadas cuando llegamos a la edad de la razón y “aprendemos” sobre sexualidad, relaciones sociales afectivas, amor cortes, noviazgo, matrimonio y la visión moderna del orgasmo como una necesidad que nos impele a “conocer” nuestro cuerpo “experimentar” nuestro cuerpo, comprar revistas sobre sexo, comparar productos contra al impotencia, comprar afrodisíacos, comprar juguetes sexuales, comprar amor y comprar orgasmos sistematizados.
Recuperar nuestro significado primigenio del amor por medio de la literatura, es un ejercicio abierto a otros textos, autores, géneros, temas, estilos. Recrear la sorpresa del enamoramiento y el primer encauce erótico, no se limita a las experiencias (ficticias o autobiográficas) que nos ofrecernos diferentes escritores, incumbe también a toda creación artística: música, pintura, cine, danza, teatro. Incluso, esta experiencia no debe limitarnos a espectadores o lectores; podemos recordar (inventar) nuestras ensoñaciones plasmándolas en alguna expresión artística. En mi caso, será la literatura:
¿Qué es el amor? Lo ignoraba, pero las definiciones son inútiles en la infancia, basta experimentar e imaginar la sensación que produce el roce de una mamo. La piel fresca de una niña expuesta al nimio tacto de otro niño: yo. Acto casi por descuido, al momento de prestar un lápiz; un hecho sin importancia para todos, menos para mi. En la soledad de mi cuarto, la acción (el roce de manos) se proyectaba en los espejos conjeturados en el techo, paredes, almohada, detrás de los parpados. La mano de ella, moviéndose con premeditación para rozar la mía, inocente, recibiendo un lápiz. Los ojos de ella en contubernio con su mano, viendo de reojo como yo apenas toco su mano. El pretexto de no llevar lápiz. Miles de lápices en la mochila de ella esperando que yo le pida uno prestado, otra oportunidad para el encuentro de nuestras huellas dactilares. Esa mano pequeña rozando la mía todo el tiempo, por la calle, en mi cuarto, durante el recreo, en el baño. La misma sensación de su roce, perceptivo en la palma de mi mano, proyectado en diferentes partes de mi cuerpo: cabello, muñeca, pantorrilla, hombro, pecho, oreja, rodilla. La mano fría de ella, en un roce total con todo mi cuerpo. Su ser y el mío unidos por una parte insignificante de mi masa y su masa corporal unidas por un instante, o muchos instantes reproducidos constantemente en mi cabeza mientras la miro, al siguiente día, prestar un lápiz a otro niño, y pienso que me gustaría ser él, ser todos los niños del salón y de la escuela y del país, con los cuales ella podría rozar sus manos en el hecho incidental de prestarles lápices, borradores, reglas, sacapuntas, piedras. Todo el amor contenido en ese roce, sí, por que ella también debía estar enamorada de mi seguramente. Ella también debería estar en su cuarto, pensando una y otra vez en ese instante, pensando la forma, la estrategia para repetir el suceso de su mano rozando la mía por cualquier pretexto o accidente. Mi mano rozando la fría superficie de las sabanas de mi cama, una sensación análoga al roce con la mano de ella, superposición de realidades, imágenes, sensaciones. La mano de ella, fría y lisa como el mosaico del baño, la seda, el lino. El descubrimiento del tacto como sentido impulsor de ensoñaciones eróticas. Cientos de texturas dispuestas al encuentro ¿amoroso? con la mano de un niño, incentivada por el efluvio sensual producido por el préstamo de un lápiz, el roce incidental, con las afables manos de Bianca
¡Cuánto nos falta de esta amor primigenio en nuestras relaciones actuales! Cómo personas adultas, entradas en razón y formas sociales, solemos olvidar la fuerza creativa de nuestras ensoñaciones de infancia, específicamente el primer significado imaginado del amor. Revivir estas ensoñaciones para recuperar el asombro ante el amor (real e imaginario) es la propuesta especifica de este texto, ayudarnos de la literatura es el método utilizado, externar nuestras ensoñaciones eróticas de infancia en forma de arte es la sugerencia final